La relación que existe entre la
cosmovisión judía y prácticas ambientalmente amigables como el vegetarianismo
es evidente para cualquiera que conozca mínimamente a la una y a la otra. Es de
destacar, sin embargo -y un poco a nuestro pesar-, que los valores judíos no se
replican las más de las veces en sus doctrinas, y de allí que el planteo del
vegetarianismo o la preocupación por el medio ambiente como derivaciones
armónicas de los mismos suene tan poco familar, tan extraterrestre. Pero lo
cierto es que una cultura y sus fundamentos no son sus instituciones, ni sus
representantes, ni siquiera los hechos por medio de los cuales se hacen
conocer.
Quien haya echado un vistazo al
libro de Dan Jabotinsky del cual fui recientemente Editor
("Participation"), sabrá que reconozco un germen de decadencia en
nuestra manifestación popular, y que en absoluto encuentro una diferencia
significativa entre practicar el consumismo compulsivo, el abusar y maltratar
con basura al propio cuerpo, y el hacer lo propio con lo que está fuera de uno
(como el medio ambiente y otros seres que no hablan nuestro idioma).
Sin ir más lejos, y ya que
estamos versando sobre un tema que toca lo alimentario, me permitiré denunciar
que el más elevado ente regulador de la pureza (i.e., la Kashrut) ha sido
corrompido: Ya sea por medio de la mentalidad que trajo a este medio el
concepto de "LaMehadrin" o "Glatt" (que expresan una suerte
de "extra kasher") -con lo cual queda invalidado el sistema binario
de kashrut y las cosas pueden ser "menos" kasher- o bien por el más
general desapegamiento de esta noción del ámbito de la conducta y la rectitud y
su circunscripción a los dominios de la comida.
No es que quiera divagar; sólo
procuro trazar un fiel retrato (vivo en Tierra Santa, por eso puedo permitirme
cierto aire de autoridad en cuanto a algunas temáticas que otros podrán por
siempre ensayar y aún así seguir sonando como unos Menemistas veraneantes en
Miami) de un presente que que hace aparecer al vegetarianismo como algo por
completo ajeno al corazón del judaísmo, cuando en realidad, como lo afirmé al
comienzo, estos guardan una estrecha y natural ligazón.
Ignoro incluso lo más elemental
de la historia como para aventurarme en los motivos que hicieron que nuestra
cultura se alejara de aquellas pretéritas que seguramente la inspiraron (por
ejemplo las de la India), y creciera como su "hijo rengo" en cuanto
ciertos aspectos de la moralidad. Lo que sí, no podría seguir fingiendo que me
resulta apropiado que casi la totalidad de los integrantes del pueblo judío
interpreten uno de sus diez mandamientos primordiales ("No Matarás")
de acuerdo con la debilidad de sus paladares. Esto a veces llega a darme
verguenza ajena, pero a su vez me otorga una mayor dimensión para comprender el
por qué de muchas de las maldiciones que sobre nosotros pesan: El deseo divino
es de amar al prójimo, y en ese deseo no puede contemplarse la viveza humana de
"buscarle la vuelta" para matar a un animalito y hacerse con el
cadáver un festín.
Lo dice con chocante claridad el
profeta Ezequiel y lo expone el Génesis como algo natural de este mundo. Entre
los goyim, el Tao Te Ching (el libro chino de 6,000 años de antiguedad y
sabiduría) explica que "quien festeja el asesinato, no cumple su voluntad
en este mundo".
Si te ha aburrido mi uso de
palabras eruditas, te voy a hacer un resúmen en una oración de lo que dije
hasta aquí: En el ideal de Judaísmo OBVIAMENTE no se come carne, pero vivimos
bastante alejados del ideal, y por ser débiles, también se ve debilitado
nuestro espíritu como pueblo. Continúa obrando como agente ACTIVO de la matanza
de otras almas (y de la destrucción del mundo) y estarás ahuyentando al
Todopoderoso.